viernes, 20 de marzo de 2015


 

     Las películas radiadas

Tal y como ya comenté, no era corriente el ausentarse durante los fines de semana a los lugares de origen. Salvo expresa petición familiar o por alguna causa de fuerza mayor, el sábado y el domingo seguían formando parte de nuestro deambular interno. Pero de vez en cuando, para algunos, la ocasión llegaba y partían hacia su domicilio. La cuestión estribaba en que al regreso, la noche del domingo se presentaba de lo más animada. Una vez apagadas las luces tras el previo paso por los aseos, aquel afortunado que había disfrutado del fin de semana fuera del internado, aclaraba la voz y el silencio se hacía presente. De su garganta fluían los argumentos vividos en primera persona en tal o cual cine de la ciudad al que había asistido y del que nos hacía partícipes. El público que constituíamos los cuerpos yacentes aún no dormidos íbamos poniendo decorados y rostros a todo lo que el narrador exponía. Nadie se cuestionaba si la hipérbole aparecía entre el ánimo de quien ejercía de contador. Nadie ponía en duda sus efusivas referencias a los tejemanejes del guión que lo había tenido por testigo y del que ahora comulgábamos todos. Las innumerables versiones rondaban por las cabezas de quienes escuchábamos absortos y envidiábamos la posibilidad de poder asistir a cualquiera de aquellas salas. Supongo que las versiones de las radionovelas vespertinas tuvieron sus mejores imitadores en aquellos locutores que tan profesionales se mostraron. Recuerdo especialmente las reprimendas que recibía aquel que osaba interrumpir para afianzar su propia puesta en escena. Era cuestión de priorizar la audiencia común al detalle individual y en ello  Huerta era un maestro. Enmarcaba como nadie aquellas escenas de sombras chinescas que la pantalla de la imaginación recibía gustosa. Con la distancia que el tiempo otorga estoy por asegurar que realizó más de una versión libre sobre aquellas proyecciones que sufrían censura franquista y que según él había visualizado sin cortes. No fue el único y al terminar de narrar, los aprendices de Alfonso Sánchez, aquel famoso crítico cinematográfico  tanto por su tino como por su tono de voz, emitíamos nuestra valoración a la espera de una nueva proyección radiada. El lunes se anunciaba y una semana más de rutina nos esperaba. Poco a poco la tramoya del sueño se apoderaba y cerrábamos el telón hasta una nueva función, que sería, como siempre, radiada y vivida.
Jesús(defrijan)

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