Las películas
radiadas
Tal y como ya comenté, no era corriente el
ausentarse durante los fines de semana a los lugares de origen. Salvo expresa
petición familiar o por alguna causa de fuerza mayor, el sábado y el domingo
seguían formando parte de nuestro deambular interno. Pero de vez en cuando,
para algunos, la ocasión llegaba y partían hacia su domicilio. La cuestión
estribaba en que al regreso, la noche del domingo se presentaba de lo más
animada. Una vez apagadas las luces tras el previo paso por los aseos, aquel
afortunado que había disfrutado del fin de semana fuera del internado, aclaraba
la voz y el silencio se hacía presente. De su garganta fluían los argumentos
vividos en primera persona en tal o cual cine de la ciudad al que había
asistido y del que nos hacía partícipes. El público que constituíamos los
cuerpos yacentes aún no dormidos íbamos poniendo decorados y rostros a todo lo
que el narrador exponía. Nadie se cuestionaba si la hipérbole aparecía entre el
ánimo de quien ejercía de contador. Nadie ponía en duda sus efusivas
referencias a los tejemanejes del guión que lo había tenido por testigo y del
que ahora comulgábamos todos. Las innumerables versiones rondaban por las
cabezas de quienes escuchábamos absortos y envidiábamos la posibilidad de poder
asistir a cualquiera de aquellas salas. Supongo que las versiones de las
radionovelas vespertinas tuvieron sus mejores imitadores en aquellos locutores
que tan profesionales se mostraron. Recuerdo especialmente las reprimendas que
recibía aquel que osaba interrumpir para afianzar su propia puesta en escena.
Era cuestión de priorizar la audiencia común al detalle individual y en ello Huerta era un maestro. Enmarcaba como nadie
aquellas escenas de sombras chinescas que la pantalla de la imaginación recibía
gustosa. Con la distancia que el tiempo otorga estoy por asegurar que realizó
más de una versión libre sobre aquellas proyecciones que sufrían censura
franquista y que según él había visualizado sin cortes. No fue el único y al
terminar de narrar, los aprendices de Alfonso Sánchez, aquel famoso crítico
cinematográfico tanto por su tino como
por su tono de voz, emitíamos nuestra valoración a la espera de una nueva
proyección radiada. El lunes se anunciaba y una semana más de rutina nos
esperaba. Poco a poco la tramoya del sueño se apoderaba y cerrábamos el telón
hasta una nueva función, que sería, como siempre, radiada y vivida.
Jesús(defrijan)
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