lunes, 10 de noviembre de 2014


     Hoy

 

Tan perecedero como su propio nombre indica suele transportar en sus alforjas a las urgencias sobre el corcel desbocado de la prisa. Queremos todo para hoy como si el ayer no nos hubiese servido de aprendizaje hacia la pausa y el futuro fuese un telón de amianto tan difícil de correr como temeroso de descubrir. Necesitamos el presente a modo de bombona de oxígeno para nuestra diaria inmersión en la que sumergir nuestros sueños para evitarnos las pesadillas. Y en esas aguas tranquilas el eco del silencio intentará transmitirnos la paz que tan a menudo se nos niega como queriendo acelerarnos a no se sabe dónde ni con nadie sabe quién. Estamos dispuestos a ningunear lo pasado por si en él nos aparece algún error insoluble que todavía no ha cicatrizado en nuestro interior y nos recrimina lo hecho. Estamos dispuestos a afrontar lo siguiente con las credenciales de la certidumbre que la soberbia del engreído o la chulería del temeroso propongan. En ambas circunstancias  la fugacidad estará adosada al presente y puede que no nos demos cuenta. El Carpe Diem lanzado a los vientos sin la convicción necesaria no será más que un brindis al sol en día nublado. Somos cuánto queremos ser y cualquier excusa derivada hacia la obligación o la devoción, no sirve más que para segar pajas en ojos ajenos  a modo de recolecta absurda  de las mieses no granadas. Alguien dijo en una ocasión que sólo los egoístas son felices porque se quieren sin juzgarse y no atienden a enmiendas ajenas. Así que desde hoy el planteamiento deberá ser contrario al exhibido hasta la fecha para que los presentes entiendan de la importancia que tienen. Nada suena más a lamentable que el lamento por no haber sido capaces de realizar aquello que se deseaba y que fuimos postergando por el miedo a la vergüenza, a la timidez, a la indecisión. Decidido. Desde mañana habrá que empezar a considerar al hoy como presente inmune a cualquier censura que quiera mostrarse como inquisidora y mandar un remite de menosprecio a los candados que silencian a las voluntades, por más que se empeñen en que así no procedamos. Puede que se gane con ello el calificativo de egoísta, pero no en balde se han abierto las ventanas y las ventiscas de otoño formarán remolinos en los que envolver definitivamente a los reparos.  

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