jueves, 13 de noviembre de 2014

      La senda de dos  perdedores


Reconoció en la singularidad de aquel  título que le vino a la memoria el rótulo que bien podría lucir su propio friso. No, no era exactamente gemela la vida del protagonista con la suya. A él los éxitos se le multiplicaban a modo de panes y peces que rebosaban su despensa de oropeles envidiados. Viva imagen del triunfo que se expone a ojos ajenos como muestra de logros  conseguidos  en esa etapa en la que el camino de vuelta es más breve que el ya pisado. El trazado halagüeño creyó ser diseñado para conseguir aquello que era suyo y los incentivos materiales no suponían ningún reto insalvable. De modo que sus jornadas se escribían  con el epílogo de la satisfacción tras los humos que cubrían sus pensamientos tras la mesa atiborrada con los informes transcritos de las resoluciones propuestas. Miró con desgana el portarretratos que ocupaba la esquina derecha de la caoba y con ironía se sonrió. Accedió al teléfono y marcó el número memorizado para inventarse una nueva excusa con la que justificar su tardanza. Se engañaba al pensar  en la veracidad de su propia mentira y se cercioraba de la reciprocidad al escuchar desde el otro lado el falso dolor de quien fingía extrañarlo. Una comedia absurda que solía representarse más a menudo de lo que una vez supusieron  nunca pasaría. Sabía que las escenas cambiaban de protagonistas cuando las explicaciones le llegaban de la otra parte vestidas con los mismos atuendos que la falsedad pespunta. El acuerdo tácito en el que la discreción burguesa se escondía  llevaba la rúbrica de la desgana rayana al desprecio. Vivían en la falsedad de los regalos envueltos en fechas que nada significaban y en las fugacidades de los besos ni queridos ni soñados. Las dagas de los reproches hacía tiempo que se habían oxidado con las sangres de las heridas no cicatrizadas. Ambos caminaban en paralelo procurándose zancadillas a las que teñían de involuntariedad. Así respiraba aquel atardecer mientras las nicotinas invadían sus desencantos. En el pasillo de enfrente, la turbina anunciaba el fin de sus pensamientos. Apagó a las brasas sobre el cenicero, se ajustó la corbata, se cruzó la gabardina y marcó de nuevo. Una voz le recibió y a esa voz encaminó sus pasos al cruzar la avenida cuando el verde relegó al rojo. En el extrarradio, los cabellos de quien fingiese sorpresa se atusaban mientras otra cita concertaba para la mañana siguiente. Esta noche, una senda de perdedores triunfantes, comenzaba a regarse de nuevo bajo la lluvia del cinismo, en ambos sentidos, sobre los carriles paralelos de engaño palpable.

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