sábado, 15 de noviembre de 2014


       Olga María

 

Estimada señorita:

No he podido por menos que interesarme por su persona  al dar por válidos los comentarios que alababan su  belleza caribeña. Efectivamente, así es. No en balde su país tiene a gala ser uno de los más reconocidos en cualquier certamen al uso en el que tal virtud salga a escena. Mi enhorabuena, Olga María. Dicho lo cual no dejo de preguntarme, intentando no traspasar la línea de la morbosidad, por el tipo de encantamientos que nacidos de su persona han conseguido que un servidor público se convirtiese en sobrecargo de las líneas aéreas que unen a la Península con las Afortunadas. Y lo de sobrecargo no va con segundas. No, por dios, no crea que estoy enumerando sus méritos ni estoy contabilizando los costes. Cualquier inversión en el amor, por principio, tiene mi beneplácito y no pienso penalizar el caso en cuestión. ¿O acaso nos olvidamos que allí  vieron la luz los más insignes conquistadores que cruzaron meridianos? ¿El derecho que tuvieron aquellos a actuar como tales hemos de negarlo a los presentes? No, claro que no. Es más, aquellos impusieron religiones y actuaron por las bravas al aniquilar culturas. ¡Quién sabe si en estas nuevas conquistas no se esconde el arrepentimiento y la penitencia a pagar es más dolorosa que los envidiosos creen! Nada más romántico que ver volar gaviotas sobre los azules cielos que los Sabandeños  entonan con las Isas correspondientes. Seguro que si Mencey resucitara erigiría  en su honor, querida (es un decir) Olga, una escultura par en la que sus rostros estuviesen tan unidos que darían testimonio de la hermosura del amor. Las nieves del Teide se licuarían ante tanta pasión y el Gran Drago extendería sus sombras hasta Garachico. Pero mientras esa posibilidad no aparezca, querida (es un decir, por segunda vez) Olga María, haga usted el favor de emprender el viaje. Debe seguir vigente el derecho a reducción de precio por parte de las compañías aéreas y sería un detalle evitar gastos que pagamos todos. Más que nada para dar ejemplo y además para que el amante en cuestión se sienta valorado. Mientras se lo va pensando le sugiero la posibilidad  de salir a la palestra para convertirse en la Lady Godiva a la que la historia le atribuye   la compasión  ante los sufrimientos y apuros de los comunes que comprobaban cómo sus contribuciones se malgastaban impunemente a manos de virreyes mal coronados.  

                                                Afectuosamente, un admirador

 

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