Los cipreses
Cuentan que cuando el Sumo Hacedor emprendió su
tarea de creación al llegar a la tercera jornada diseminó a las plantas por
toda la Tierra. Cada una de ellas se adjudicó una tarea con la que validar su
existencia y presentar sus conveniencias. Unas darían frutos con los que
alimentarse, otras ofrecerían sus leñas para resguardarse del frío, otras
embellecerían los espacios. De modo que cada especie se fue asignando una labor
y así repoblaron todos los confines. En eso estaban cuando unas de ellas no
conseguían valorarse lo suficiente y no
entendían podría ser su misión. Ni darían calor, ni frutos, ni sombras. De modo
que algo desolados, decidieron crecer a la vereda de los paseos románticos como
guardianes de aquellos que se soñaban queridos y transitaban por ellos. Vieron
y callaron pasiones desmedidas de poetas desamados que no conseguían consuelo y
que a sus pies derrumbaban versos. Vieron y acariciaron sombras de quienes amaban
a la soledad cada vez que la tarde de otoño
tocaba a su fin. Parieron y cedieron sus piñas a modo de cuentas del rosario inacabado
para pulir los misterios dolorosos y tornarlos gozosos. Y así, aquellos que
nacieron desde la duda de su valía, siguen siempre vivos cuidando de quienes
les tienen por centinelas. Bailan al compás de los vientos que ululan desde las
cruces entonando las letanías del miserere inacabado. Piden clemencia ante los
errores hacia aquellos que los cometieron porque en su interior conocen el
arrepentimiento del que hacen gala. Cobijan a los epitafios en el cuaderno
manuscrito que el dolor de la pérdida exhala. Y así, reconfortan el paso
definitivo. Puede que crean en dios, que
su sombra sea tan alargada como el interrogante no resuelto, que su discreción esté
revestida por las jaculatorias olvidadas. Puede que en el fondo de sus raíces,
hayan encontrado por fin, el verdadero motivo de su existencia. Formarán el
pasillo de honor en el último desfile y vestirán de gala sus verdes para
mitigar el dolor que nos supone la pérdida del ser querido. Callan que el Sumo
Hacedor, cada vez que algún ciprés se vuelve a replantear su finalidad, sonríe
y le deja crecer para que descubra por sí sólo la grandeza de su labor.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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