domingo, 16 de noviembre de 2014


      La sabina que apoya a Tomás

 

En una de esas mañana en las que el sol nos muda de sitio en los placenteros veranos, volvimos a coincidir.  El banco adosado frente al estanco de Isabel y custodiado por el colmado de Nhora, la conversación giraba en torno a las penurias pasadas por quien  siempre expuso una fortaleza fuera de lo común. El librillo de bambú y la picadura comenzaron a hacerse un hueco mientras en la horizontal descansaba el bote de cerveza que pedía turno dadas las horas que eran. Con la elegancia nacida de la buena hombría prendió y bebió a caladas largas y tragos cortos. Y entonces reparé en él. Uno de ellos, de sus dos bastones, lucía la estampa gallarda del manufacturado en otros lares a los que se le sumaron lacas para darles tronío y severidad. A la par, el otro, más humilde, parecía esconderse pudoroso sobre la reja que la ventana de popa nos mostraba. Era curioso comprobar cómo las desigualdades de ambos se solidarizaban en la espera de la decisión de salir a acompañarlo. Allí, los minutos se hicieron segundos y la verdad no hacía falta ser demostrada porque saltaba a la vista. Creo que en un acto reflejo de coquetería se restó años cuando decidimos escanciar de nuevo. Su porte de indiano regresado de las Américas ofrecía la mayor de las riquezas que se pueden acumular. La honradez, el buen hacer, la bondad, seguían y siguen siendo sus señas de identidad. Y entonces pensé que cualquiera de los que lo conocemos formaríamos cola ante sus diminutos ojos a la espera de su herencia si así llegase el caso. Sí, reconozco egoísmo al anticiparme sin permiso. Pero entre la petaca de tabaco, la boina, o su bastón, desde luego no tuve dudas. Opté por solicitar a su magnanimidad este último como herencia inmerecida. Y por más que viese alegrarse al de noble madera al instante su rictus cambió al comprobar que mi deseo de posesión le pertenecía al de sabina. No sólo había colaborado a la verticalidad del paso de Tomás, sino que además, había sido diseñado a tal efecto por las manos de quien ahora de él se servía. No sé si llegó a entender mi renuncia a su oferta por heredar el impoluto. Sé que quizás siga pensando que me equivoqué en la elección. Pero lo que no me cabe duda es que disfrutar en el futuro de la ayuda y compañía de quien ha sido capaz de compartir con Tomás la palma de su mano, es una herencia tan deseada como necesaria. Su curvatura ya me irá dictando todo cuanto hemos dejado de saber de quien a todas luces es y será eterno entre nosotros.  

 

 

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