La sabina que apoya a Tomás
En una de
esas mañana en las que el sol nos muda de sitio en los placenteros veranos,
volvimos a coincidir. El banco adosado
frente al estanco de Isabel y custodiado por el colmado de Nhora, la
conversación giraba en torno a las penurias pasadas por quien siempre expuso una fortaleza fuera de lo
común. El librillo de bambú y la picadura comenzaron a hacerse un hueco mientras
en la horizontal descansaba el bote de cerveza que pedía turno dadas las horas
que eran. Con la elegancia nacida de la buena hombría prendió y bebió a caladas
largas y tragos cortos. Y entonces reparé en él. Uno de ellos, de sus dos
bastones, lucía la estampa gallarda del manufacturado en otros lares a los que
se le sumaron lacas para darles tronío y severidad. A la par, el otro, más
humilde, parecía esconderse pudoroso sobre la reja que la ventana de popa nos
mostraba. Era curioso comprobar cómo las desigualdades de ambos se
solidarizaban en la espera de la decisión de salir a acompañarlo. Allí, los
minutos se hicieron segundos y la verdad no hacía falta ser demostrada porque
saltaba a la vista. Creo que en un acto reflejo de coquetería se restó años cuando
decidimos escanciar de nuevo. Su porte de indiano regresado de las Américas
ofrecía la mayor de las riquezas que se pueden acumular. La honradez, el buen
hacer, la bondad, seguían y siguen siendo sus señas de identidad. Y entonces
pensé que cualquiera de los que lo conocemos formaríamos cola ante sus
diminutos ojos a la espera de su herencia si así llegase el caso. Sí, reconozco
egoísmo al anticiparme sin permiso. Pero entre la petaca de tabaco, la boina, o
su bastón, desde luego no tuve dudas. Opté por solicitar a su magnanimidad este
último como herencia inmerecida. Y por más que viese alegrarse al de noble
madera al instante su rictus cambió al comprobar que mi deseo de posesión le
pertenecía al de sabina. No sólo había colaborado a la verticalidad del paso de
Tomás, sino que además, había sido diseñado a tal efecto por las manos de quien
ahora de él se servía. No sé si llegó a entender mi renuncia a su oferta por
heredar el impoluto. Sé que quizás siga pensando que me equivoqué en la
elección. Pero lo que no me cabe duda es que disfrutar en el futuro de la ayuda
y compañía de quien ha sido capaz de compartir con Tomás la palma de su mano,
es una herencia tan deseada como necesaria. Su curvatura ya me irá dictando
todo cuanto hemos dejado de saber de quien a todas luces es y será eterno entre
nosotros.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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