Mayúsculas
Estaba acostumbrado a seguir la pauta
ortográfica desde niño y a tal efecto le resultaba enriquecedor el premio de su uso a la más
mínima ocasión. Diríase que en su ascenso a la letra se sentía como gobernador
de las emociones que en ellas encerraba y gustoso compartía para echarlas a
volar. Esos halcones que ansiaban vuelos permanecían a la espera de su turno
para surcar los cielos y sobre ellos esparcir sus alas al encuentro de otros
nidos. No, no las utilizaría como arma de cetrería cada vez que sobre el papel
apareciesen, se dijo. Serían el exponente claro de la voz que gritaría amores
dormidos que despertaban de nuevo, pasiones latentes que pedían turno,
proclamas eternas en efímeras letras. Nada en él se vestía de soberbia por más
que así lo pareciese ante ojos ajenos. Los pergaminos desenvueltos desde el temblor de desnudarse bajaban la guardia y
el escudo se fundía para mostrarse sincero. De nada servían las rigideces que
no supieron de qué firmas partían cada vez que le advertían de lo incorrecto de
su proceder. Sabía sobradamente que el uso mayúsculo no suponía grito
ensordecedor sino que más bien proclamaba sus dichas y desgracias a voz alzada
para no ahogar a su alma. Y tuvo la dicha de ser acogido. Sólo los guardianes
fronterizos de la norma no escrita se atrevieron a proponer castraciones a su
forma. No entendían que más allá del uniforme, mas debajo de los galones
asumidos, el latir campa a sus anchas y no merecía reprimendas ni coacciones.
Tuvo clara la idea de comprobar cómo aquellos que se atribuían el papel de
inquisidores eran reos de su misma condena al no permitir la credencial básica
del sentimiento, la libertad. Así que decidió seguir su propia pauta y renunció
a los dictados impuestos porque libre era y libre seguiría siendo. Tan sólo
dejaría a un lado, echaría a la cuneta de su vida, a quienes no fuesen capaces
de permitir alzar la voz y tomar la palabra. Daba igual si el texto crecía o
menguaba. Lo básico era que llegase al alma para el que fuese gestado y así dar
por cierta la razón primigenia que le diese vida. Nació para ser vivido, y sólo
el sentimiento se puede vivir en mayúsculas. Los que no lo admiten,
sencillamente, viven a medias al encorsetar innecesariamente en su propio
calabozo.
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