jueves, 6 de noviembre de 2014


   La venganza

 


Le dijeron que era esa oportunidad que la vida te presta para dar cumplida respuesta a  quien provocó tu mal. Que se sirve fría siendo caliente o se sirve caliente siendo fría, tanto  daba. De cualquier forma, cuando alguna vez soñó con la posibilidad de ejercerla, la dualidad del bien y el mal venían a disputarse la victoria que inclinaría su decisión a favor de cualquiera de los  postulados. Así que  lo mejor sería dejarse llevar por las caprichosas decisiones de la vida y cuando llegase el momento de decidir, ya vería. De modo que dejó pasar las horas, los días, los meses y los años a la espera del momento propicio. Escuchó consejos que le acicateaban a llevarla a cabo con la daga de las cartas boca arriba y ese punto de prudencia que siempre tuvo se convertía en la imagen  prudente que se daña cuando daña. Tapó sus tímpanos a las provocaciones que sus propios silencios le escupían y dejó transcurrir la maduración de tal fruta prohibida con la certeza de que su propio peso la haría caer a tierra y vería su putrefacción.  Era un ser albo que se fingía rojo y nadie podría modificar su interior. Pasaron las circunstancias a contabilizarse como  cuentas de rosarios mal engarzadas y los misterios se sucedieron hacia las letanías sin fin en constante giro perenne. Nada volvería a ser igual desde que su espalda sintiese el filo cortante del daño premeditado. En sus noches de desespero llegó a prometerse la máxima crueldad hacia quien tanto daño le provocó.  Esta tarde se han vuelto a cruzar sus miradas y ninguno ha sido capaz de aguantar la mirada ajena. Uno ha sonreído quizás buscando una nueva forma de humillación sin darse cuenta de que su posibilidad yace en el túmulo de la indiferencia. La otra le ha salpicado la cara con la ballesta de sus ojos a los que nunca fue capaz de poner freno quien hoy se sentía diana. Ni siquiera la sonrisa lastimera que le remitió pudo paliar el dolor que sentía quien tantas veces, durante tanto tiempo,  creyó ser el dueño y señor de las voluntades manejadas a su antojo. Se supo heno pisoteado por el propio destino que se convirtió en verdugo permanente. Cruzaron sus pasos y ella escuchó el golpeteo de un bastón sobre las losas regadas que a duras penas ayudaba a apoyarse a la mitad de quien se sintió inmune a las desgracias ajenas. La venganza ya no era necesaria.

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