La venganza
Le dijeron
que era esa oportunidad que la vida te presta para dar cumplida respuesta
a quien provocó tu mal. Que se sirve
fría siendo caliente o se sirve caliente siendo fría, tanto daba. De cualquier forma, cuando alguna vez soñó
con la posibilidad de ejercerla, la dualidad del bien y el mal venían a
disputarse la victoria que inclinaría su decisión a favor de cualquiera de los postulados. Así que lo mejor sería dejarse llevar por las caprichosas
decisiones de la vida y cuando llegase el momento de decidir, ya vería. De modo
que dejó pasar las horas, los días, los meses y los años a la espera del
momento propicio. Escuchó consejos que le acicateaban a llevarla a cabo con la
daga de las cartas boca arriba y ese punto de prudencia que siempre tuvo se convertía
en la imagen prudente que se daña cuando
daña. Tapó sus tímpanos a las provocaciones que sus propios silencios le
escupían y dejó transcurrir la maduración de tal fruta prohibida con la certeza
de que su propio peso la haría caer a tierra y vería su putrefacción. Era un ser albo que se fingía rojo y nadie
podría modificar su interior. Pasaron las circunstancias a contabilizarse
como cuentas de rosarios mal engarzadas
y los misterios se sucedieron hacia las letanías sin fin en constante giro
perenne. Nada volvería a ser igual desde que su espalda sintiese el filo
cortante del daño premeditado. En sus noches de desespero llegó a prometerse la
máxima crueldad hacia quien tanto daño le provocó. Esta tarde se han vuelto a cruzar sus miradas
y ninguno ha sido capaz de aguantar la mirada ajena. Uno ha sonreído quizás
buscando una nueva forma de humillación sin darse cuenta de que su posibilidad
yace en el túmulo de la indiferencia. La otra le ha salpicado la cara con la
ballesta de sus ojos a los que nunca fue capaz de poner freno quien hoy se
sentía diana. Ni siquiera la sonrisa lastimera que le remitió pudo paliar el
dolor que sentía quien tantas veces, durante tanto tiempo, creyó ser el dueño y señor de las voluntades
manejadas a su antojo. Se supo heno pisoteado por el propio destino que se
convirtió en verdugo permanente. Cruzaron sus pasos y ella escuchó el golpeteo
de un bastón sobre las losas regadas que a duras penas ayudaba a apoyarse a la
mitad de quien se sintió inmune a las desgracias ajenas. La venganza ya no era
necesaria.
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