1.
Crónicas del internado
No
es cierto el postulado aquel de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo único
que pasa es que la memoria selectiva se encarga de eliminar del recuerdo los
dolos y se refugia en los ludos para evitar que el rencor aparezca de nuevo. Y
a tal efecto, pasar revista a traer al presente a quienes contigo los
compartieron y sufrieron y gozaron. Situaos en el año setenta, sumergíos entre
las cuatro paredes de un recinto franciscano menor conventual y disponeos a pasar frío. No porque
así sea la vuelta atrás; sino más bien porque el frío nos acompañó de manera
permanente en aquel Utiel en el que los estertores franquistas estaban a la
vuelta de la esquina y en el que nuestras máximas apetencias estribaban en
jugar al fútbol y pasarlo lo mejor posible. A aquellos que hayan pasado por
experiencias similares les sonará cercano y a aquellos que no las hayan pasado
a lo mejor les reconforta saber que hemos sobrevivido sin demasiadas taras. En
cualquier caso, aquí aparecerán amigos, conocidos, ignorados, docentes, curas,
y demás especímenes que compartieron aulas y experiencias. Si en algún momento
el halo de rencor aparece, os aseguro que se lo ganaron a pulso y quizá fui
comedido en la respuesta. De cualquier forma, allí empezó el camino que a cada
quien nos condujo a lo que somos en la actualidad, un collage de luces y
sombras como cualquier hijo de vecino. Sospecho que esta crónica capitulada
pasará desapercibida a la mayoría de sus protagonistas, pero caso de que les
llegase, espero que corroboren la visión que ofreceré de la misma. Las horas de
estudio, las tardes de paseo, los exámenes copiados, las duchas frías, todo irá
apareciendo sucesivamente al renglón dispuesto y antes de que la memoria se
aleje de mí, dejaré constancia, lo más ecuánime posible de lo que allí vivimos.
Caso de aprobarla, lo celebraré con ellos; caso de rechazarla, también
celebraré el hecho de haber visto el retrato desde un punto diferente y
enriquecedor. A muchos de aquellos compañeros no los he vuelto a ver ni he
vuelto a saber nada de ellos. Pero cada vez que la autovía pasa por los
aledaños no dejo de sonreír mirando a la diestra al observar la cúpula azulada
que coronaba aquello que fue nuestra morada. Así que, aquellos de vosotros que
deseéis conocer la versión casi adolescente del cuéntame, seguidme, coged las
trencas y desempolvad del baúl las reglas de cálculo, las tablas de logaritmos
y los diccionarios de latín ¿Nihil obstat?, pues allá vamos.
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