viernes, 20 de febrero de 2015


1.                Crónicas del internado

No es cierto el postulado aquel de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo único que pasa es que la memoria selectiva se encarga de eliminar del recuerdo los dolos y se refugia en los ludos para evitar que el rencor aparezca de nuevo. Y a tal efecto, pasar revista a traer al presente a quienes contigo los compartieron y sufrieron y gozaron. Situaos en el año setenta, sumergíos entre las cuatro paredes de un recinto franciscano menor  conventual y disponeos a pasar frío. No porque así sea la vuelta atrás; sino más bien porque el frío nos acompañó de manera permanente en aquel Utiel en el que los estertores franquistas estaban a la vuelta de la esquina y en el que nuestras máximas apetencias estribaban en jugar al fútbol y pasarlo lo mejor posible. A aquellos que hayan pasado por experiencias similares les sonará cercano y a aquellos que no las hayan pasado a lo mejor les reconforta saber que hemos sobrevivido sin demasiadas taras. En cualquier caso, aquí aparecerán amigos, conocidos, ignorados, docentes, curas, y demás especímenes que compartieron aulas y experiencias. Si en algún momento el halo de rencor aparece, os aseguro que se lo ganaron a pulso y quizá fui comedido en la respuesta. De cualquier forma, allí empezó el camino que a cada quien nos condujo a lo que somos en la actualidad, un collage de luces y sombras como cualquier hijo de vecino. Sospecho que esta crónica capitulada pasará desapercibida a la mayoría de sus protagonistas, pero caso de que les llegase, espero que corroboren la visión que ofreceré de la misma. Las horas de estudio, las tardes de paseo, los exámenes copiados, las duchas frías, todo irá apareciendo sucesivamente al renglón dispuesto y antes de que la memoria se aleje de mí, dejaré constancia, lo más ecuánime posible de lo que allí vivimos. Caso de aprobarla, lo celebraré con ellos; caso de rechazarla, también celebraré el hecho de haber visto el retrato desde un punto diferente y enriquecedor. A muchos de aquellos compañeros no los he vuelto a ver ni he vuelto a saber nada de ellos. Pero cada vez que la autovía pasa por los aledaños no dejo de sonreír mirando a la diestra al observar la cúpula azulada que coronaba aquello que fue nuestra morada. Así que, aquellos de vosotros que deseéis conocer la versión casi adolescente del cuéntame, seguidme, coged las trencas y desempolvad del baúl las reglas de cálculo, las tablas de logaritmos y los diccionarios de latín ¿Nihil obstat?, pues allá vamos.  

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