lunes, 23 de febrero de 2015


Don Juan y sus cuerdas

Era don Juan un veterinario que nos dio Matemáticas en tercer curso. Fornido, y pulcro hasta extremos insospechados, sus zapatos brillaban como ónices recién pulidas, Recuerdo como su llegada a clase era precedida por una estampida salvaje e innecesaria al baño. Cómo desde el patio, Bisquert, Molla y alguno más, bombardeaban los cristales de una de las ventanas con gravas y al salir el bueno de don Juan a investigar, estos culpaban a los inocentes preescolares mientras regresaban en tropel a nuestro lado. El buen hombre en más de una ocasión los mandó al pasillo que él llamaba galería diciendo “cojan la puerta y váyanse a la galería”. Estos aprendices de delincuentes forzaban el quicio y respondiendo con un “no podemos, don Juan, está muy dura”, sacaban del ídem al buen hombre. Por supuesto que en sus clases, Cabo y alguno más fumaban, troceaban mosaicos, leían cómics. Pero no va más llegó aquel día en el que Facundo, sí, sí, el mismo de antes, el famoso escriba del rostro amoratado, se escondió tras la pizarra en el hueco que dejaba la ventana armado con un borrador. Don Juan tenía por norma trazar con una cuerda y tiza circunferencias que ni Pitágoras habría mejorado. Pues bien, don Juan trazaba, y al girarse hacia nosotros, una mano misteriosa, borraba lo trazado. La primera vez, creyó estar equivocado sin sospechar del oculto de Facundo. Pero cuando en la segunda ocasión, en vez de borrar, aparecen dos ojos, una nariz, dos orejas y el sobrenombre de “cabolo” escrito con una letra impropia del buen señor, las dudas desaparecieron. Miró entre las rendijas y dos filas de dientes sonreían al sorprendido profesor mientras el resto desencajábamos las mandíbulas y de nuevo Bisquert y Molla luchaban con la puerta que se resistía a ser desencajada de nuevo. Creo que si Job volviese a meditar sobre su paciencia, le cedería gustoso el calificativo de santo a  este santo varón. Y con todo esto, el curso seguía su rumbo. Un rumbo que vendría a hacerse sonar con las clases de guitarra a las que nos apuntamos gustosos unos cuantos. A las pruebas me remito del éxito que tuvimos ante lo que merece un capítulo aparte. Extramuros la vida continuaba y nuestros deseos de emular a Santana o a Jimi Hendricks pronto verían sus nulos frutos ante la poca disposición por ambas partes. Sólo diré a modo de anticipo que la primera canción que nos enseñaron fue “El vals de las mariposas” y con ello os hacéis una idea del destino de aquellas púas que se soñaban rockeras.

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