Don Juan y sus cuerdas
Era don Juan un
veterinario que nos dio Matemáticas en tercer curso. Fornido, y pulcro hasta
extremos insospechados, sus zapatos brillaban como ónices recién pulidas,
Recuerdo como su llegada a clase era precedida por una estampida salvaje e
innecesaria al baño. Cómo desde el patio, Bisquert, Molla y alguno más,
bombardeaban los cristales de una de las ventanas con gravas y al salir el
bueno de don Juan a investigar, estos culpaban a los inocentes preescolares
mientras regresaban en tropel a nuestro lado. El buen hombre en más de una
ocasión los mandó al pasillo que él llamaba galería diciendo “cojan la puerta y
váyanse a la galería”. Estos aprendices de delincuentes forzaban el quicio y
respondiendo con un “no podemos, don Juan, está muy dura”, sacaban del ídem al
buen hombre. Por supuesto que en sus clases, Cabo y alguno más fumaban,
troceaban mosaicos, leían cómics. Pero no va más llegó aquel día en el que
Facundo, sí, sí, el mismo de antes, el famoso escriba del rostro amoratado, se
escondió tras la pizarra en el hueco que dejaba la ventana armado con un
borrador. Don Juan tenía por norma trazar con una cuerda y tiza circunferencias
que ni Pitágoras habría mejorado. Pues bien, don Juan trazaba, y al girarse
hacia nosotros, una mano misteriosa, borraba lo trazado. La primera vez, creyó
estar equivocado sin sospechar del oculto de Facundo. Pero cuando en la segunda
ocasión, en vez de borrar, aparecen dos ojos, una nariz, dos orejas y el
sobrenombre de “cabolo” escrito con una letra impropia del buen señor, las
dudas desaparecieron. Miró entre las rendijas y dos filas de dientes sonreían
al sorprendido profesor mientras el resto desencajábamos las mandíbulas y de
nuevo Bisquert y Molla luchaban con la puerta que se resistía a ser desencajada
de nuevo. Creo que si Job volviese a meditar sobre su paciencia, le cedería
gustoso el calificativo de santo a este
santo varón. Y con todo esto, el curso seguía su rumbo. Un rumbo que vendría a
hacerse sonar con las clases de guitarra a las que nos apuntamos gustosos unos
cuantos. A las pruebas me remito del éxito que tuvimos ante lo que merece un
capítulo aparte. Extramuros la vida continuaba y nuestros deseos de emular a
Santana o a Jimi Hendricks pronto verían sus nulos frutos ante la poca disposición
por ambas partes. Sólo diré a modo de anticipo que la primera canción que nos
enseñaron fue “El vals de las mariposas” y con ello os hacéis una idea del
destino de aquellas púas que se soñaban rockeras.
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