domingo, 8 de febrero de 2015


.    El ángel custodio Jabamiah

Por fin sé tu nombre, amigo mío. Después de tantos años en los que el norte de mi cabezal era tu territorio acotado, ya sé cómo te llamas y a quién debo el honor de ser mi guardaespaldas. Seguro que el diseño que te dieron no se corresponde con tu verdadera esencia. Da lo mismo; tampoco yo era aquel niño que con los ojos vendados sonreía ante otros niños de mofletes sonrosados igual de risueños. No llegué a entender del todo por qué tú, con tus enormes alas desplegadas a modo de Jumbo transcontinental,  no hacías nada cuando estaba a centímetros de un pozo al que mi ceguera me llevaba sin remisión. ¿Esperabas hasta el último momento? ¿Tu vuelo resultaba imposible en tan corto trayecto? ¿Pretendías darme una lección para que siempre necesitase de ti? No sé, la verdad. Lo único que sé es que de cuando en cuando el recuerdo de aquella postal prominente regresa a mis sueños. Supongo que será por la fusión con los accidentes aéreos que por desagracia están tan de moda. Recuerdo cómo miraba hacia arriba desde el embozo de las sábanas para ver de ti algún gesto de cansancio y hacer de las mías sin que me vieras. Y nada. Tú, siempre vigilante en el brocal del pozo al que estaba condenado. Dicen que ayudas a superar las adiciones y que brindas fortaleza de carácter y voluntad sólida. Que quienes te tenemos como guardián somos íntegros, desapegados de las comodidades materiales, austeros y dueños de nosotros mismos. Con algunas cualidades estoy de acuerdo y con algunas otras deberían ser los otros quienes valorasen si me pertenecen o no. Sea como fuere, y después de tanto tiempo juntos, creo que ya es hora de agradecerte tu labor. Porque tal y como está el patio saber que gracias a tu intercesión, a la suerte, al destino o a cualquier causa desconocida, sería injusto quejarme. Estoy con la gente que quiero estar y con nuestros más y nuestros menos, nos llevamos bien. Procuro mirar hacia el lado positivo porque es desde la única atalaya que merece la pena divisar el horizonte. Me arrepiento de haberme arrepentido porque el arrepentimiento conlleva un no perdón perpetuo. Procuro mezclar letras en la marmita de la afición para soñarme lo que nunca seré. Y sobre todo, amigo Jabamiah, te agradezco que por fin hayas destapado la venda de mis ojos para que viese cómo el pozo no existía. Era un simple señuelo que pusiste a mi paso para que entendiese que el verdadero custodio de uno mismo es el latido de su corazón. Creo que ya estás mayor para seguir ejerciendo tu labor pero me sentiría traidor si cubriese con un paño de desagradecimiento el cabezal de mi cama que durante tanto tiempo fue la pista desde la que me enseñaste a volar.   

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