. El ángel custodio
Jabamiah
Por fin sé tu nombre, amigo mío.
Después de tantos años en los que el norte de mi cabezal era tu territorio
acotado, ya sé cómo te llamas y a quién debo el honor de ser mi guardaespaldas.
Seguro que el diseño que te dieron no se corresponde con tu verdadera esencia. Da
lo mismo; tampoco yo era aquel niño que con los ojos vendados sonreía ante
otros niños de mofletes sonrosados igual de risueños. No llegué a entender del
todo por qué tú, con tus enormes alas desplegadas a modo de Jumbo transcontinental,
no hacías nada cuando estaba a centímetros
de un pozo al que mi ceguera me llevaba sin remisión. ¿Esperabas hasta el último
momento? ¿Tu vuelo resultaba imposible en tan corto trayecto? ¿Pretendías darme
una lección para que siempre necesitase de ti? No sé, la verdad. Lo único que sé
es que de cuando en cuando el recuerdo de aquella postal prominente regresa a
mis sueños. Supongo que será por la fusión con los accidentes aéreos que por
desagracia están tan de moda. Recuerdo cómo miraba hacia arriba desde el embozo
de las sábanas para ver de ti algún gesto de cansancio y hacer de las mías sin
que me vieras. Y nada. Tú, siempre vigilante en el brocal del pozo al que
estaba condenado. Dicen que ayudas a superar las adiciones y que brindas fortaleza
de carácter y voluntad sólida. Que quienes te tenemos como guardián somos íntegros,
desapegados de las comodidades materiales, austeros y dueños de nosotros
mismos. Con algunas cualidades estoy de acuerdo y con algunas otras deberían
ser los otros quienes valorasen si me pertenecen o no. Sea como fuere, y después
de tanto tiempo juntos, creo que ya es hora de agradecerte tu labor. Porque tal
y como está el patio saber que gracias a tu intercesión, a la suerte, al
destino o a cualquier causa desconocida, sería injusto quejarme. Estoy con la
gente que quiero estar y con nuestros más y nuestros menos, nos llevamos bien. Procuro
mirar hacia el lado positivo porque es desde la única atalaya que merece la
pena divisar el horizonte. Me arrepiento de haberme arrepentido porque el
arrepentimiento conlleva un no perdón perpetuo. Procuro mezclar letras en la
marmita de la afición para soñarme lo que nunca seré. Y sobre todo, amigo Jabamiah,
te agradezco que por fin hayas destapado la venda de mis ojos para que viese cómo
el pozo no existía. Era un simple señuelo que pusiste a mi paso para que
entendiese que el verdadero custodio de uno mismo es el latido de su corazón. Creo
que ya estás mayor para seguir ejerciendo tu labor pero me sentiría traidor si
cubriese con un paño de desagradecimiento el cabezal de mi cama que durante
tanto tiempo fue la pista desde la que me enseñaste a volar.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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