miércoles, 4 de febrero de 2015


     Los miniconcursos

No hay manera de parar este ciclón que intenta ofrecer  como normal lo que no lo es. Han ido rebajando la edad de las estrellas televisivas para seguir acaparando parrillas de audiencias a costa de lo que sea necesario. De modo que a mayor gloria de papás, mamás y demás componentes de la familia, se presenta a la criatura al concurso de marras. Ya da lo mismo si es el cante, el baile, o la gastronomía. La cuestión radica en que ese público que huía  a otros quehaceres llegada la noche se siente delante de los ídolos creados a su imagen y semejanza para creerse con posibilidades de ser uno de ellos. Y mientras, desde el sofá parejo, los incitadores riendo ante tal posibilidad.  Igual a esa edad se quedaron con ganas de ser estrellas y buscan en su reemplazo la culminación de sus sueños. De nada les servirá que les recriminen por el incierto futuro de sus hijos que tendrá dos vertientes por las que descender. Una, si es que ha habido éxito,  la fugacidad del mismo, les abocará al olvido más pronto que tarde, por más que intenten mantenerse en el candelero. Otra, si es que no  les acompañó la suerte, será la pendiente que les lleve a cargar sobre sus hombros con la losa del perdedor que no cree merecer serlo. Sea cual sea la opción, está más que claro el pago a desembolsar por participar en semejantes juegos. Puede parecer hiperbólico este planteamiento pero la vida está llena de juguetes rotos a los que poner nombre y apellidos. Muñecos de trapo que llenaron los bolsillos de quienes le incitaron a tal anticipo de su edad adulta  y  les robaron la niñez. Y todo justificado por el triunfo que les hicieron creer perdurable. Es curiosa esta sociedad en la que se penaliza el trabajo del menor en edad de formarse y se permite, alienta, incentiva y aplaude semejante escaparate. Alguien, en alguna ocasión, a no mucho tardar, debería recobrar la cordura y replantear el camino hacia el mundo del adulto de estas criaturas a las que les han llenado la cabeza de pájaros callándose impunemente cómo muere un ruiseñor.  Quizás si pudiesen ver el futuro de sus hijos anticipadamente  meditarían sus decisiones  por más  deseos de destacar que tuviesen. Seguro que antes de pensarlo ya habrán preparado la merienda a los futuros chefs, trenzado los tirabuzones a las futuras modelos, almidonado los vestidos a las futuras figuras del baile y calentado la leche con galletas a las inmediatas cantantes. El éxito lo ven inminente y el destino se lo debe .¡ Pobres ignorantes!; me refiero a los adultos, claro está.     

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