sábado, 28 de febrero de 2015


 

      Satur

Su nombre es Saturnino,  Satur para los amigos. Era la viva imagen del gentleman entre quienes teníamos menos años que él. Sabía moverse en las escurridizas aguas en las que sobrevive el vividor. Como estudiante, no muy dedicado a los libros; pero como relaciones públicas, un genio. Los primeros zapatos castellanos, los suyos; los primeros efluvios de Agua Brava, los suyos; el primer peine metálico, el suyo; los mejores jerséis de cuello vuelto con cocodrilo, los suyos. Espigado y con una labia que ya quisieran los mejores portavoces luchaba en su fuero interno con la dualidad de aparecer como un dandy ante las chicas o un ligón ante los críos que le observábamos. No había sarao que se organizase sin él presente. Las tablas de logaritmos, las reglas de cálculo, el diccionario de latín podían aguardar su turno, no había prisa. De hecho, aquel examen final de Filosofía dejó a las claras sus dotes para los malabarismos, es esta ocasión, con la diminuta letra, las tijeras  y las chinchetas. Dada la magnitud del temario y lo farragoso del mismo, ni siquiera la voluntad de la señorita Marisa logró que Aristóteles, Platón, Kant y todos los demás llegasen a formar parte de nuestros ídolos. A tal efecto, las múltiples variaciones de chuletas hicieron su desfile durante las jornadas previas. Pero nadie, nadie, nadie logró superar a  Satur. Me  explicaré. Consiguió todos los cartones posibles de las contraportadas de los blocs de exámenes. En ellos escribió todo el temario a examinar con una letra ínfima. Y con los cartones escritos confeccionó una suerte de piñones que encajaban unos con otros a modo de mecano magnífico. Estos quedarían clavados bajo el tablero de la mesa en la que realizaría el examen. Y así, sobre su mano, una chuleta haría de guía sobre qué cartón sacar a la luz de sus ojos y no a los de la señorita. Un genio, sin duda. Así se pertrechó y todo apuntaba a éxito rotundo. Todo salvo las sospechas de doña Marisa que decidió cambiarlo de sitio una vez que se había instalado convenientemente. La desolación corrió por su rostro y allá detrás quedaron los resúmenes filosóficos que nadie osó usar en señal de solidaridad con el bueno de Satur. A su favor, caso de que sea necesario añadir algo, diré que jamás aceptó un calificativo hacia las chicas que superase la corrección de galán de la que él era un heraldo. No tan a su favor mencionaré el cúmulo de enseres que, por imposibilidad física de ocupar su armario, cohabitaban silenciosos en los bajos de su colchón.
Jesús(defrijan)

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