Satur
Su
nombre es Saturnino, Satur para los
amigos. Era la viva imagen del gentleman entre quienes teníamos menos años que
él. Sabía moverse en las escurridizas aguas en las que sobrevive el vividor.
Como estudiante, no muy dedicado a los libros; pero como relaciones públicas,
un genio. Los primeros zapatos castellanos, los suyos; los primeros efluvios de
Agua Brava, los suyos; el primer peine metálico, el suyo; los mejores jerséis
de cuello vuelto con cocodrilo, los suyos. Espigado y con una labia que ya
quisieran los mejores portavoces luchaba en su fuero interno con la dualidad de
aparecer como un dandy ante las chicas o un ligón ante los críos que le
observábamos. No había sarao que se organizase sin él presente. Las tablas de
logaritmos, las reglas de cálculo, el diccionario de latín podían aguardar su
turno, no había prisa. De hecho, aquel examen final de Filosofía dejó a las
claras sus dotes para los malabarismos, es esta ocasión, con la diminuta letra,
las tijeras y las chinchetas. Dada la
magnitud del temario y lo farragoso del mismo, ni siquiera la voluntad de la
señorita Marisa logró que Aristóteles, Platón, Kant y todos los demás llegasen
a formar parte de nuestros ídolos. A tal efecto, las múltiples variaciones de
chuletas hicieron su desfile durante las jornadas previas. Pero nadie, nadie,
nadie logró superar a Satur. Me explicaré. Consiguió todos los cartones
posibles de las contraportadas de los blocs de exámenes. En ellos escribió todo
el temario a examinar con una letra ínfima. Y con los cartones escritos
confeccionó una suerte de piñones que encajaban unos con otros a modo de mecano
magnífico. Estos quedarían clavados bajo el tablero de la mesa en la que realizaría
el examen. Y así, sobre su mano, una chuleta haría de guía sobre qué cartón
sacar a la luz de sus ojos y no a los de la señorita. Un genio, sin duda. Así
se pertrechó y todo apuntaba a éxito rotundo. Todo salvo las sospechas de doña
Marisa que decidió cambiarlo de sitio una vez que se había instalado
convenientemente. La desolación corrió por su rostro y allá detrás quedaron los
resúmenes filosóficos que nadie osó usar en señal de solidaridad con el bueno
de Satur. A su favor, caso de que sea necesario añadir algo, diré que jamás
aceptó un calificativo hacia las chicas que superase la corrección de galán de
la que él era un heraldo. No tan a su favor mencionaré el cúmulo de enseres
que, por imposibilidad física de ocupar su armario, cohabitaban silenciosos en
los bajos de su colchón.
Jesús(defrijan)
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