martes, 17 de febrero de 2015


     El silencio

Es el majestuoso ser que vive siempre en la sombra que la voz le otorga desde su soberbia. Ese valor inapreciable que tanto se echa de menos cuando el interlocutor que se nos enfrenta lo elude a toda costa. Ese que prefiere aquietarse en un rincón para dejar paso a la bravuconada que se abrirá camino entre los oídos sordos o los que se simulan serlo. Ese que tantas veces habla desde la atalaya de los ojos con vocablos bañados por todo tipo de sensaciones. Ese que ante el exabrupto dejará pasar al ángel exterminador del calificativo que por pudor cancela. Ese es el silencio que a veces habla más que otros gritos y al que tan poco espacio dedicamos. Llega como consejero ante el sueño que emboza a las noches. Y lo hace desde la pausa que la reflexión precisa para hacer el balance de la jornada. A veces siente deseos de recriminarte alguna actuación y desde la magnanimidad de su existencia echa un paso atrás para no añadirte dolor. Sabe de ti más que tú mismo y ante él te sientes en desventaja. Puede que en un momento de desenfreno le sueltes las bridas y se disponga a cabalgar a su antojo para liberarse y liberarte. Él, que tantas veces ha sido catalogado como  virtud, empieza a cansarse del papel que se le asigna y promueve una lucha interna por convertirse en voz. Medita los pros y los contras y aún sabiendo que la balanza se inclinará hacia el platillo de los primeros, los argumentos de los segundos ganarán el duelo. Si dejase de ser silencio acabaría provocando tal erupción en el volcán  interior que todo se cubriría de un manto de rocas ígneas que abrasarían a las aguas. Ni siquiera la formación de un nuevo islote sería causa suficiente como para permitirse tal efusión. Por eso permanece bajo el quicio de la puerta, sentado en el escalón de entrada, a la espera de quien quiera aproximársele para hacerse oír. Nada será capaz de perturbar la quietud que muestra porque fueron tantas las veces en las que vio fracasar a la celeridad que decidió pausarse sobre las baldosas y tomar aire. No te abandonará nunca, ni delatará tu estado de ánimo para no dejarte en un estado de indefensión ante los avatares que la vida te tiene reservados. Hazle caso, simplemente, respetando su voz. Y cuando no consigas entender su mudez piensa que algo en su interior se está macerando  y necesita su tiempo.

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