El silencio
Es el majestuoso ser que vive
siempre en la sombra que la voz le otorga desde su soberbia. Ese valor
inapreciable que tanto se echa de menos cuando el interlocutor que se nos
enfrenta lo elude a toda costa. Ese que prefiere aquietarse en un rincón para
dejar paso a la bravuconada que se abrirá camino entre los oídos sordos o los
que se simulan serlo. Ese que tantas veces habla desde la atalaya de los ojos
con vocablos bañados por todo tipo de sensaciones. Ese que ante el exabrupto
dejará pasar al ángel exterminador del calificativo que por pudor cancela. Ese
es el silencio que a veces habla más que otros gritos y al que tan poco espacio
dedicamos. Llega como consejero ante el sueño que emboza a las noches. Y lo
hace desde la pausa que la reflexión precisa para hacer el balance de la
jornada. A veces siente deseos de recriminarte alguna actuación y desde la
magnanimidad de su existencia echa un paso atrás para no añadirte dolor. Sabe de
ti más que tú mismo y ante él te sientes en desventaja. Puede que en un momento
de desenfreno le sueltes las bridas y se disponga a cabalgar a su antojo para
liberarse y liberarte. Él, que tantas veces ha sido catalogado como virtud, empieza a cansarse del papel que se le
asigna y promueve una lucha interna por convertirse en voz. Medita los pros y
los contras y aún sabiendo que la balanza se inclinará hacia el platillo de los
primeros, los argumentos de los segundos ganarán el duelo. Si dejase de ser
silencio acabaría provocando tal erupción en el volcán interior que todo se cubriría de un manto de
rocas ígneas que abrasarían a las aguas. Ni siquiera la formación de un nuevo
islote sería causa suficiente como para permitirse tal efusión. Por eso
permanece bajo el quicio de la puerta, sentado en el escalón de entrada, a la
espera de quien quiera aproximársele para hacerse oír. Nada será capaz de perturbar
la quietud que muestra porque fueron tantas las veces en las que vio fracasar a
la celeridad que decidió pausarse sobre las baldosas y tomar aire. No te
abandonará nunca, ni delatará tu estado de ánimo para no dejarte en un estado
de indefensión ante los avatares que la vida te tiene reservados. Hazle caso,
simplemente, respetando su voz. Y cuando no consigas entender su mudez piensa
que algo en su interior se está macerando y necesita su tiempo.
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