Punteo fino
Así
que cuando ya dominábamos el vals de las mariposas, las mariposas bailarinas,
los capullos premariposas y demás variaciones sobre el tema, el padre
Francisco, habló con las monjas de Santa Ana para ver la posibilidad de ampliar
repertorios. Genial, pensamos. Miércoles por la tarde estos aprendices de
modernos cargaríamos con las guitarras y cruzaríamos el pueblo en busca de
nuevos horizontes musicales. El enjambre de colegialas que se asomaban por las
ventanas nos daba el acicate suficiente como
para esforzarnos en endurecer las yemas de nuestros dedos. Lo único que
nos desalentó fue el comprobar cómo el repertorio se decantaba hacia los
acordes sacros. “Ven, ven Señor, no tardes” o “Como brotes de olivo”, distaban
mucho de las expectativas y si a esto le añadimos el nulo deseo de formar parte
del coro dominical, pues el resultado fue el que fue. Guitarras con pegatinas
que se refugiaron en el rincón de clase
a dormir el sueño de los justos a la espera de que alguien supiese de oído los
acordes de T. Rex, Rollings, Beatles, etc, etc. Y mientras tanto, las mariposas
de cuando en cuando regresaban a la rueda de Sol para purgarnos por el
abandono. No recuerdo el nombre de todos aquellos incautos guitarristas pero el
de Sáez me viene a la memoria por su finísimo sentido del humor, su ironía extrema,
su timidez absoluta y su rechazo a los deportes. Ni siquiera él fue capaz de
soportar el “Pange lingua”. No contento con tal fracaso, y a modo de
contrición, la guitarra nacida en Casasimarro sigue ocupando un estante entre
los estantes que el recuerdo se niega a mandar al baúl de lo perecedero. Sólo
el hecho de sacarla de su funda de cuadros me reconforta mientras aquellos
acordes de “Venus, la diosa que nació del mar” se empeñan en acompañarme. Cursos después, el boom de Jesucristo
Superstar llegaría a nuestro entorno
escolar y dejaría a las claras la posibilidad de dar vida en forma de ópera
rock a la vida de Cristo. Monjas, Frailes e Instituto contribuirían con los alumnos a tan magna
representación. Todos, o mejor, casi todos los alumnos y alumnas participaron
en la obra. Dejo a vuestro saber y entender la adivinanza de los que no. Seguro
que las mariposas tuvieron la culpa, seguro. Porque si no es así no se entendería cómo después de tantas
monedas empleadas en las máquinas de disco de los recreativos fuimos incapaces
de afinar una sola nota. Lo dicho, las mariposas y su vals, culpables. Menos
mal que algunas alumnas de Santa Ana, en el festival navideño al que nos
invitaban a asistir, lograron reconciliarnos al cantar el “Soy rebelde” desde
las sillas alineadas a modo de revuelta estudiantil absolutamente increíble. El
caso es que fingían creerse rebeldes mientras otra de ellas danzaba a ritmo de
cisnes en el lago del escenario. Año tras año aquella rebeldía siguió siendo
igual de dócil y los cisnes perpetuaron sus pasos a la par que las mallas
menguaban.
Jesús(defrijan)
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