domingo, 15 de febrero de 2015


     Pedalear

Un acto tan simple que se convierte en liberador y que tan de moda se ha puesto.  Ya no se trata de gozarlo como cuando llegó como regalo de aquella primera, y en algunos casos última, comunión. Se trata de darle rienda suelta a la necesidad que el rostro tiene de recibir el frescor en la cara cada vez que traspasamos la velocidad del paso.  La ruta te pertenece y te dejas llevar simplemente por el deseo de que se te ofrezca. Ya no te desplazas acompañado por la prisa y esposado a la urgencia. Simplemente la cadencia del pedaleo te marca el ritmo y llegas a donde quiere que llegues. Por eso hay cosas que resultan incomprensibles a simple vista y seguro que no lo son tanto si profundizamos. No puedo entender cómo en ciudades como Valencia el uso de la bicicleta no se potencie  más desde el punto de vista de la seguridad de tránsito. Los carriles destinados al efecto son por diseño, amplitud, longitud y cuidado, absolutamente caóticos. Aquel osado ciclista que decida embarcarse en el tráfico motorizado sabe que se está sometiendo a un deporte de riesgo. En caso de utilizar el servicio municipal de bicicletas será imprescindible unos meses previos de gimnasio para acondicionar sus piernas ante semejantes artefactos pesados. Si por ventura decide utilizar la propia, mejor que vaya acumulando unos buenos dispositivos antirrobos para evitarse sorpresas. Y si su residencia se encuentra en el área metropolitana que añada a todo lo anterior el problema de la incompatibilidad del servicio municipal de sus bicicletas con el de la capital. En resumen,  quedará para los amantes del pedaleo, las rutas diseñadas por zonas verdes que en días festivos se convierten en auténticas autopistas de transeúntes variados. Alguien ha olvidado las ventajas físicas, económicas y ecológicas que supone el uso de tal medio de desplazamiento. He visto como en Lausana, a pesar del frío y las cuestas, su uso era intenso y el agravio comparativo se hace mayor ante la planicie que me rodea. Sé que será un canto en el desierto el sugerir a las mentes pensantes que reconsideren sus posturas. Pero a modo de ejemplo se me ocurre que la frecuencia de paso de los autobuses por sus carriles igual permitía el uso compartido. Lo de la comprensión por parte del automovilista impaciente que nervioso pulsa su claxon  es cuestión de ecuación  y necesita más tiempo. Por cierto, me voy a pedalear, ¿alguien se apunta?

 

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