Pedalear
Un acto tan simple que se
convierte en liberador y que tan de moda se ha puesto. Ya no se trata de gozarlo como cuando llegó
como regalo de aquella primera, y en algunos casos última, comunión. Se trata
de darle rienda suelta a la necesidad que el rostro tiene de recibir el frescor
en la cara cada vez que traspasamos la velocidad del paso. La ruta te pertenece y te dejas llevar
simplemente por el deseo de que se te ofrezca. Ya no te desplazas acompañado
por la prisa y esposado a la urgencia. Simplemente la cadencia del pedaleo te
marca el ritmo y llegas a donde quiere que llegues. Por eso hay cosas que
resultan incomprensibles a simple vista y seguro que no lo son tanto si
profundizamos. No puedo entender cómo en ciudades como Valencia el uso de la
bicicleta no se potencie más desde el punto
de vista de la seguridad de tránsito. Los carriles destinados al efecto son por
diseño, amplitud, longitud y cuidado, absolutamente caóticos. Aquel osado
ciclista que decida embarcarse en el tráfico motorizado sabe que se está
sometiendo a un deporte de riesgo. En caso de utilizar el servicio municipal de
bicicletas será imprescindible unos meses previos de gimnasio para acondicionar
sus piernas ante semejantes artefactos pesados. Si por ventura decide utilizar
la propia, mejor que vaya acumulando unos buenos dispositivos antirrobos para
evitarse sorpresas. Y si su residencia se encuentra en el área metropolitana
que añada a todo lo anterior el problema de la incompatibilidad del servicio
municipal de sus bicicletas con el de la capital. En resumen, quedará para los amantes del pedaleo, las
rutas diseñadas por zonas verdes que en días festivos se convierten en auténticas
autopistas de transeúntes variados. Alguien ha olvidado las ventajas físicas,
económicas y ecológicas que supone el uso de tal medio de desplazamiento. He
visto como en Lausana, a pesar del frío y las cuestas, su uso era intenso y el
agravio comparativo se hace mayor ante la planicie que me rodea. Sé que será un
canto en el desierto el sugerir a las mentes pensantes que reconsideren sus
posturas. Pero a modo de ejemplo se me ocurre que la frecuencia de paso de los
autobuses por sus carriles igual permitía el uso compartido. Lo de la comprensión
por parte del automovilista impaciente que nervioso pulsa su claxon es cuestión de ecuación y necesita más tiempo. Por cierto, me voy a
pedalear, ¿alguien se apunta?
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