lunes, 2 de febrero de 2015


       Aquella tarde de Febrero

El día amaneció como de costumbre entre los brazos de las escarchas que desde los Tornajos daban paso a la luz diluyente de las cuestas. Como todos los Febreros, San Blas esperaba el turno de su celebración y anticipándonos a la fiesta, lo vi nacer. Había sido gestado desde la gratitud que merece la cuna que te ha aportado tantas vivencias que el único esfuerzo radicó en conseguir equilibrar las emociones para hacerlas partícipes. Fueron meses en los que la vista de los ayeres salieron al encuentro de quien necesitaba exponer la alegría que suponía el reconocimiento a la aportación callada de rincones, calles, cuestas. Ellos fueron esculpiendo con cinceles de versos el sendero que la memoria precisa `para no dejar  hueco al olvido. Un olvido imposible para quienes lo hemos y seguimos viviendo  en un constante ir y regresar. Un olvido a evitar en quienes no han tenido la posibilidad de entender la grandeza de pertenecerle. Así, en veintiocho escalones, en veintiocho etapas de un paseo de sueños, el sendero fue trazado y sacado a la luz. Pronto despareció la inquietud del primerizo que me vestía de dudas y los versos fluyeron. Allí los presentes, allí los ausentes, allí los recordados, allí los no olvidados, fueron desfilando desde el portal de la evocación. Fuera, el frío de la noche se fue asomando a los cristales para hacerse presente. Las sombras cubrieron los perfiles de los montes y el agua susurró complacencias. Las volutas ascendieron en columnas caprichosas buscando el infinito mientras las luminarias celestes parpadearon a su antojo. Quise adivinar guiños de complicidad desde los silencios y abierta la noche tuve la constatación de haber pagado parte de la deuda que le debía. Por eso, cada vez que lo sigo recorriendo, cada vez que sigo  con la vista los rincones que nos crecieron, cada vez que veo los postigos abiertos, sonrío y me digo que valió la pena. El escenario de sueños nació para en él representar la más hermosa de las obras: nuestra propia razón de ser. De ahí que cada dos de  Febrero, cada vez que la tarde se aproxima,  vuelvo a extender sobre mi memoria el “Sendero de Versos” que lleva por nombre  Enguídanos y os aseguro que lo recorro feliz nuevamente para agradecerlo cuánto le debo.    

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