La mano
Ese extremo de la extremidad
superior que tan dispuesta está siempre a servirnos y a la que tampoco caso
hasta que necesitamos de ella. Nace a la vida desde la desigualdad que
percibirá cuando se vea menospreciada ante su hermana por la elección
caprichosa de nuestro crecer. Verá cómo su simétrica sale victoriosa en esa
lucha fratricida que entablarán los designios involuntarios. Si se acomoda a la
norma, se verá abocada al mantenimiento acorde a lo que se espera de ella y no podrá
pasar desapercibida por más que quiera. Transmitirá emociones en el encuentro
con una semejante a la que se aferrará con mayor o menos intensidad según la
armonía que sus dedos designen. Verá segmentarse su palma con las líneas
predictivas de su dueño y en sus montes y valles llevará escrita la esencia de
quien las mueve. Sí, las mueve; porque manejarlas es una tarea que le
corresponde al corazón oculto que tímido prefiere permanecer así. Esas manos
que en sus diferentes tamaños y proporciones darán una idea de lo que somos y
de lo que escondemos. Manos que se sentirán prisioneras tras los guantes
carceleros de sueños que alegarán fríos para cumplir con su misión. Manos que
tenderán su dorso al arado de los años en los que se sembrarán vivencias y
recolectarán recuerdos. En ellas, las falanges no formarán escuadras con
ángulos obtusos desde los que diseñar imposibles. Estarán prestas y dispuestas
al consuelo, a la caricia, a la ternura, al amor. Y serán entrelazadas con la
seguridad que otorgue la correspondencia
en el intercambio de cálidos tactos. Han asumido el papel preponderante de este
sentido y el resto de la piel les deja hacer a su antojo. Serán quienes sigan
los pasos de la mirada a la hora de franquear la entrada al desconocido que
quiera dejar de serlo. Guardianas de nuestro sentir, el mínimo contacto con
ellas, hablará de nosotros. De ahí que por más disfraces untados que el
carnaval de la vida les quiera poner, nada será capaz de ignorar lo que anida
detrás de quien es capaz de utilizarlas para compartir emociones. La epidermis
las tomó por abanderadas y a ellas nos encomendaremos con la esperanza de
vernos acogidos como en el fondo deseamos. Sólo en el mejor de los casos
aceptarán se anilladas como signo de ostentación o de alianza. Lo que no sabemos
es si ellas mismas estarían dispuestas a verse así si pudiesen elegir o
preferirían seguir a su antojo el compás que la sinfonía de la vida
generosamente les compone. Habrá que preguntárselo mirándolas de frente.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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