martes, 10 de febrero de 2015


    La mano

Ese extremo de la extremidad superior que tan dispuesta está siempre a servirnos y a la que tampoco caso hasta que necesitamos de ella. Nace a la vida desde la desigualdad que percibirá cuando se vea menospreciada ante su hermana por la elección caprichosa de nuestro crecer. Verá cómo su simétrica sale victoriosa en esa lucha fratricida que entablarán los designios involuntarios. Si se acomoda a la norma, se verá abocada al mantenimiento acorde a lo que se espera de ella y no podrá pasar desapercibida por más que quiera. Transmitirá emociones en el encuentro con una semejante a la que se aferrará con mayor o menos intensidad según la armonía que sus dedos designen. Verá segmentarse su palma con las líneas predictivas de su dueño y en sus montes y valles llevará escrita la esencia de quien las mueve. Sí, las mueve; porque manejarlas es una tarea que le corresponde al corazón oculto que tímido prefiere permanecer así. Esas manos que en sus diferentes tamaños y proporciones darán una idea de lo que somos y de lo que escondemos. Manos que se sentirán prisioneras tras los guantes carceleros de sueños que alegarán fríos para cumplir con su misión. Manos que tenderán su dorso al arado de los años en los que se sembrarán vivencias y recolectarán recuerdos. En ellas, las falanges no formarán escuadras con ángulos obtusos desde los que diseñar imposibles. Estarán prestas y dispuestas al consuelo, a la caricia, a la ternura, al amor. Y serán entrelazadas con la seguridad que otorgue  la correspondencia en el intercambio de cálidos tactos. Han asumido el papel preponderante de este sentido y el resto de la piel les deja hacer a su antojo. Serán quienes sigan los pasos de la mirada a la hora de franquear la entrada al desconocido que quiera dejar de serlo. Guardianas de nuestro sentir, el mínimo contacto con ellas, hablará de nosotros. De ahí que por más disfraces untados que el carnaval de la vida les quiera poner, nada será capaz de ignorar lo que anida detrás de quien es capaz de utilizarlas para compartir emociones. La epidermis las tomó por abanderadas y a ellas nos encomendaremos con la esperanza de vernos acogidos como en el fondo deseamos. Sólo en el mejor de los casos aceptarán se anilladas como signo de ostentación o de alianza. Lo que no sabemos es si ellas mismas estarían dispuestas a verse así si pudiesen elegir o preferirían seguir a su antojo el compás que la sinfonía de la vida generosamente les compone. Habrá que preguntárselo mirándolas de frente.

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