Las flechas de San Valentín
Pues nada, ya está aquí de
nuevo, San Valentín. Y con él vendrán las colas en los restaurantes variopintos
a los que dedicar cumplidamente las horas del romanticismo planificado. Y de
sus alas lloverán pétalos de ilusiones que jurarán eternidad al amor por más
modelos de caducidad que les rodeen. Y desde su arco, Cupido se empeñará en
lanzar saetas hacia los corazones solitarios que sin permiso alguno las
recibirán sorprendidos. Aquí la cuestión estriba en que este día, el Amor tenga
un hueco al que subirse para mayor gloria de quienes lo disfrutan o sueñan
disfrutarlo. No tiene cabida en esta
celebración el brasero de cenizas que el tiempo se encarga de esparcir
sobre quienes se juraron perpetuidad e intensidad. Aquello ya es agua pasada y
el tono gris amenaza con acabar en negro lo que nació azul. A lo peor es que
aquel San Valentín pasado no destapó todas las cartas ante la candidez de los
tortolitos que se prodigaron arrumacos. Igual decidió que la vida misma fuese
la verdugo en su transitar del vuelo migratorio de las mariposas y se hizo a un
lado. Si no fuese así no se explica el testimonio que muchos rostros anónimos
esparcen tras una mirada torva, cansada, rendida, decepcionada. No es necesario
buscar culpabilidades cuando la culpa quizás nació como cizaña entre las
mieses que se soñaban lozanas y nadie se percató de la necesidad de
eliminarlas. Se dejaron crecer y mandaron al calabozo del conformismo a la
pasión, a la risa, a la alegría. Y entonces, para no reconocer deméritos, para
que esa carga no mortifique, aprovechar este día de mediados de Febrero para
poner un paño de alcohol al corazón no latiente, puede parecer una buena
opción. Así que, Valentín, por favor, dile a Cupido que esta vez y las
sucesivas veces, cuando descabalgue de su carcaj dorado las relucientes
flechas, por más que la melodía que suene hable de disparar sin ver, que se
fije bien. No vaya a ser que dentro de unos años las cicatrices de aquel flechazo conviertan
al iluso enamorado en una mala réplica de San Sebastián. Si así no lo haces,
Valentín querido, el día de mañana te encontrarás con los reproches merecidos
que por vergüenza callarán pero que serán imposibles de borrar de un rostro
manifiestamente infeliz. Piénsalo bien y no te escudes tras los ramos de flores
ni los regalos suntuosos que no hacen más que diluir el auténtico sentido del
Amor.
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