martes, 17 de febrero de 2015


 

            A las palomas no les gustan ni el chorizo pamplonés ni los cíngulos falsos

Ni alguno que se le quiera parecer. Era una noche de Mayo y las ventanas del pasillo  comedor estaban abiertas a la luz de la noche. Estaba próximo el fin de curso y las prisas de rigor acudían a quienes desde nuestros catorce años soñábamos ya con el descanso veraniego. De ahí que aquella noche  de luna llena, tras soportar el paso de una sopa infame por nuestro tubo digestivo, el plato de fiambres que vino a completar la cena, más que un salvavidas pareció un ancla en el naufragio del yantar. Y entonces, en la mesa en la que cuatro mosqueteros nos mirábamos las caras, desde el silencio, asimos al azar uno de los ingredientes. Dos optamos por el chorizo, otro por el simulacro de york y el cuarto por el queso laminado que más parecía corcho. Nos miramos a la cara y la interrogación obtuvo cumplida respuesta. Sí, efectivamente, eran piezas capaces de sobrevolar en caída parabólica el claustro cuadrangular en el que un pozo ciego se solazaba con el canto de unas palomas.  Habían sido anidadas en las esquinas por el más lascivo de los curas que el internado conoció. No mencionaré su nombre para no desvelarle a nadie qué padre se escondía tras unas sotanas marrones de triple nudo. Era evidente que los calostros le ascendían en modo inverso a la vocación que le abandonaba. No había más que verlo engallarse cuando las presencias femeninas le rondaban a modo de peloteo. De modo que repartiré la culpa entre sus insatisfacciones y el poco apetecible menú que las palomas les ofrecimos. La cuestión estuvo en que una vez aterrizados los segundos platos y una vez depositados como sombras lunares sobre el patio, el putero en cuestión hizo sonar su silbato. A la de tres, para no fastidiar a todos, salimos y reconocimos nuestra querencia a ser pilotos sin motor de embuchados diversos. Nos hizo bajar al hangar, recoger los artefactos e ingerirlos sin limpiar. Ya acabé los calificativos hace años, así que no merece la pena sacarlos a la luz de nuevo. Lo cierto y verdad es que durante meses, sus adoradas palomas, no procrearon. Nadie supo qué mano fue la que impidió tal procreación porque nadie tuvo narices a delatarnos. Por cierto, años después, dejó los hábitos; eso sí, previamente, dejó un embarazo no deseado a cuyo fruto  imagino que le suministra para merendar chorizo pamplonés como buen padre, el muy ….

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