miércoles, 11 de febrero de 2015


   Cincuenta penumbras de Grey

Era cuestión de tiempo y ya está aquí. Ha sido necesario esperar unos cuantos años, no demasiados, para que la famosa trilogía erótica llegase a la gran pantalla para culminar su éxito. Porque sí, el éxito lo tiene asegurado, al igual que lo tuvo la versión escrita de semejante culebrón. Dicen que el mal escritor tiene que conformarse con intentar ser un crítico y en ninguna de las versiones me veo situado. Ni como escritor tengo méritos suficientes ni como crítico criterios que comulguen con el dogma. Pero sí que me gusta leer y ver y por lo tanto algún juicio de valor puedo aportar en el caso que acontece. Reconozco que cuando empecé a leer la primera sombra un cierto halo a ya leído me vino a la mente. Un guaperas, multimillonario, vicioso y generoso resultaba ser el clon de gigoló ya visto con anterioridad en otros personajes. La diferencia estribaba en que aquel cobraba por sus servicios y este Grey, los plasmaba en un contrato basura escrito para mayor gloria de sus perversiones. Perversiones que, como no, una anterior señora Robinson, se encargó de alimentar en el puro adolescente que fuese y ya no era. Este ángel caído en el averno del sexo sadomasoquista, mira por donde, necesitaba reafirmar su creencia en el amor puro de la mano, es un decir, de la angelical “Peggy  Sue” que vino como caída del cielo a redimirlo. Un tufo a culebrón empezaba a expandirse por las páginas a base de idas y venidas entre los enfados y reconciliaciones tras las series de latigazos. La coherencia con la credibilidad no estaba invitada y allí se trataba de despertar la libido a quien lívido se debería poner al participar de semejantes orgías en papel de imprenta. Aquí, desde su tumba, el marqués de Sade miraba a Justine y se mofaba de sus absurdos imitadores. Pero daba igual. Lo importante era moverse en el límite no pecaminoso para que el color rosa perdurase en dicha obra. Astucia en la confección del argumento al que se embarcó la autora, que sin duda, no sabe ni de Lulú ni de sus edades, para mayor desgracia suya.  Total que entre el fraude y la ñoñería seguía malviviendo una trama que no había quien la sostuviese. Del segundo tomo, apenas recuerdo nada y del tercero recuerdo que en la página doce dije basta. Aquel cóctel resultaba insufrible y no era cuestión de seguir dándole crédito. Vi en sueños a Buñuel partiéndose de risa mientras Catherine seguía soñándose “Belle de Jour”  y fue imposible seguir. Por eso le auguro un inmenso éxito a la película. Porque seguimos siendo más de ver que de leer y más aún de leer gilipolleces que de degustar verdaderas obras de arte. Vivimos en un tiempo en el que el imperio de los sentidos ha dado paso al reinado de la mediocridad y el erotismo no iba a ser una excepción. De todos modos, ni caso a lo dicho; no soy escritor y de los críticos ya sabéis lo que dicen.     

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