Cincuenta penumbras de Grey
Era cuestión de tiempo y ya
está aquí. Ha sido necesario esperar unos cuantos años, no demasiados, para que
la famosa trilogía erótica llegase a la gran pantalla para culminar su éxito.
Porque sí, el éxito lo tiene asegurado, al igual que lo tuvo la versión escrita
de semejante culebrón. Dicen que el mal escritor tiene que conformarse con
intentar ser un crítico y en ninguna de las versiones me veo situado. Ni como
escritor tengo méritos suficientes ni como crítico criterios que comulguen con
el dogma. Pero sí que me gusta leer y ver y por lo tanto algún juicio de valor
puedo aportar en el caso que acontece. Reconozco que cuando empecé a leer la
primera sombra un cierto halo a ya leído me vino a la mente. Un guaperas,
multimillonario, vicioso y generoso resultaba ser el clon de gigoló ya visto
con anterioridad en otros personajes. La diferencia estribaba en que aquel
cobraba por sus servicios y este Grey, los plasmaba en un contrato basura
escrito para mayor gloria de sus perversiones. Perversiones que, como no, una
anterior señora Robinson, se encargó de alimentar en el puro adolescente que
fuese y ya no era. Este ángel caído en el averno del sexo sadomasoquista, mira
por donde, necesitaba reafirmar su creencia en el amor puro de la mano, es un
decir, de la angelical “Peggy Sue” que
vino como caída del cielo a redimirlo. Un tufo a culebrón empezaba a expandirse
por las páginas a base de idas y venidas entre los enfados y reconciliaciones
tras las series de latigazos. La coherencia con la credibilidad no estaba
invitada y allí se trataba de despertar la libido a quien lívido se debería
poner al participar de semejantes orgías en papel de imprenta. Aquí, desde su
tumba, el marqués de Sade miraba a Justine y se mofaba de sus absurdos
imitadores. Pero daba igual. Lo importante era moverse en el límite no
pecaminoso para que el color rosa perdurase en dicha obra. Astucia en la
confección del argumento al que se embarcó la autora, que sin duda, no sabe ni
de Lulú ni de sus edades, para mayor desgracia suya. Total que entre el fraude y la ñoñería seguía
malviviendo una trama que no había quien la sostuviese. Del segundo tomo,
apenas recuerdo nada y del tercero recuerdo que en la página doce dije basta.
Aquel cóctel resultaba insufrible y no era cuestión de seguir dándole crédito. Vi
en sueños a Buñuel partiéndose de risa mientras Catherine seguía soñándose
“Belle de Jour” y fue imposible seguir. Por
eso le auguro un inmenso éxito a la película. Porque seguimos siendo más de ver
que de leer y más aún de leer gilipolleces que de degustar verdaderas obras de
arte. Vivimos en un tiempo en el que el imperio de los sentidos ha dado paso al
reinado de la mediocridad y el erotismo no iba a ser una excepción. De todos
modos, ni caso a lo dicho; no soy escritor y de los críticos ya sabéis lo que
dicen.
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