lunes, 9 de febrero de 2015


      La letra manuscrita

Es curioso que a estas alturas del avance tecnológico  nadie haya sido capaz de sacar al mercado una aplicación que te permita utilizar tu propia grafía. Me explicaré. No una que sea capaz de fotografiar tu manuscrito, que esa ya existe, sino una que sea capaz de pasar a letra de imprenta la tuya. O igual existe y la desconozco. La cuestión estriba en que algo tan personal como tu grafía se tiene que someter al patrón que te marquen por muy extenso que sea. Entonces el hecho diferenciador desaparece y la uniformidad se impone como en casi todo lo que nos rodea. Igual que la sastrería a medida fue dejando paso a la confección en serie, el manuscrito se ve sometido al modelo y eso le resta autenticidad desde mi punto de vista. No se trata de que sea absolutamente imprescindible dejar la huella que tus dedos dispongan para dar testimonio de que nacieron de ti y no necesitan intermediarios. Se trata de poner la firma que por sí misma será la rúbrica a lo que tu sentimiento redacta. No en balde la aparición de apuntes perdidos en blocs descoloridos provoca una euforia altamente comprensible en quienes los sacan a la luz. Sería altamente gratificante la posibilidad de perdurar en los cajones del recuerdo acompañado de tu letra que tanto dice de ti. Recuerdo los primeros ensayos de firmas en los que intentaba imitar las de los mayores. Aquellos bocetos fueron dando paso a las sucesivas manifestaciones en las que un grafólogo descubriría más de lo que nos imaginamos. Quizás saliesen a la luz secretos guardados tras los barrotes de la vergüenza custodiados con los cerrojos de la timidez. Aquellas cartas de amor, aquellos primeros versos, aquellas dedicatorias, no serían igual de sinceras si se hubiesen parido desde la linotipia. Hagan el favor, mentes privilegiadas, si aún no lo tienen en vistas, de poner en circulación  semejante utensilio. No sólo porque la conmemoración del día del amor está próxima, sino porque nada hay más triste que ver moldeada la pasión que nacieron de tus yemas para ser cocida en el horno de la uniformidad en la que se diluye su esencia. Cuando lo tengan, por favor no demoren el hecho de hacérmelo saber. Ya me encargaré de disculparme ante las teclas por el abandono y seguro que ellas entienden mis razones.

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