miércoles, 25 de febrero de 2015


 

      Los ejercicios espirituales

Si ya de por sí la espiritualidad se respiraba a modo de aceptación obligada, la llegada de los ejercicios espirituales, más que acentuar el credo en nuestras almas, acicateó los deseos de explorar nuevos territorios. De hecho, las vías del tren se ofrecieron a servir de prestamistas a aquel que quiso seguir las enseñanzas de las dinastías chinas y fabricar pólvora siguiendo las proporciones. Con ello consiguió el apodo como mote propio una vez que se descubrió en una de las lejas de su taquilla un arsenal que podría habernos convertido en el Apolo XIV si alguno de los cigarrillos aún no prendidos hubiese seguido el camino de la chispa cerillera. Imagino que los deseos de llevar a la práctica aquel aprendizaje pirotécnico olvidó el apartado de las precauciones y sólo la intercesión de la Providencia evitó la carcasa final. No fue el único que almacenó algo más que ropa o calzado en los diminutos armarios. Allí convivieron botes de leche condensada, embutidos varios, revistas poco recomendables para el pudor y la castidad y algún que otro botellín diminuto traído de casa.  En el intervalo que esa semana ofrecía a la reflexión los estudios hicieron un hueco a los manuales del póquer y todo tipo de juegos al margen del currículo escolar que fuimos añadiendo. A fe que los paseos por la soledad tuvieron sus efectos beneficiosos y la Alameda podría dar testimonio de todo ello. Como no era cuestión de dar demasiado  la nota, llegado el turno de las confesiones. La disparidad y el desequilibrio se manifestaban  de modo palpable. Unos optábamos por la brevedad del padre Emilio para aumentar el tiempo de ocio y otros cumplían con el decoro tras las celosías desde las que el padre Valentín impartía perdones. La cuestión era terminar pronto y salir a meditar de nuevo al patio o a la calle según dispusieran las normas. Si a todo esto le acompañaba la diosa Fortuna en forma de padre Jaime, el premio estaba claro. Nunca vi mayor velocidad en oficiar una misa que aquellas que con sermón incluido no rebasaban los veinte minutos en un idioma mitad castellano, mitad italiano que nunca supimos descifrar pero agradecimos sobremanera.  Aquí la cuestión era formarnos en el espíritu por dentro y por fuera entre los dogmas cristianos y la formación política franquista. De esto último se encargaba don Rafael, hombre menudo, que tras su mirada azul y bajo su gabardina clara transmitía una bondad pocas veces repetida desde la tarima. Incluso el tabaco consumido no logró borrar de su piel esa imagen entre aquellos que nos vimos obligados a aprender los Fundamentos del Movimiento que tan inmóvil se nos mostraba.
 
Jesús(defrijan)

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